El espacio público, es como el agua que
siempre es buena para la salud de los seres humanos y refrescante al
consumirla. Su importancia no radica solamente en el simple hecho de la
frescura mental y espacial que esta ofrece a la ciudad sino el hecho de
convertirse este en lugar de interacción urbana de los diferentes actores que
componen la sociedad, es aquí donde el KRATOS (poder) del DEMOS (pueblo) debe
llevarse a su máxima expresión. La interacción social cotidiana ocurre en esta
intangibilidad que se vuelve visible al ser delimitado por los espacios de uso
privado. Tanto en las sociedades capitalistas como en las sociedades “comunistas”
el mismo se ha convertido en un factor primordial al momento de analizar la
calidad de vida de sus habitantes. El mismo no se ha encontrado ajeno a las
luchas por el poder y al uso por parte de los regímenes totalitarios, que es un
tema que abordare más adelante en mi artículo arquitectura y totalitarismo. El
espacio público se convierte en el lugar donde todos podemos estar sin importar
nuestro nivel social, cultural o económico. Por lo tanto no solamente debemos
ponderar por la creación del mismo sino que debemos abogar porque el mismo
cuente con la calidad necesaria, no es simplemente sentarnos y tratar de
cumplir con porcentajes preestablecidos que se basan más en la cantidad que en
la cualidad. Como todo lo creado por el ser humano el espacio público teórico,
es utópico e inalcanzable para la realidad capitalista que convive con nuestras
metrópolis.
En tanto la potabilidad, un término referente
al nivel de Calidad que ha de tener algo, generalmente el agua, para que pueda ser consumida por el hombre
sin peligro para la salud, ausencia de elementos patógenos, es un elemento del
espacio público que aun cuando es esencial es uno de los aspectos que más marca
las diferencias sociales de los diferentes espacios públicos de las urbes donde
los barrios periféricos y marginados que tienen una mayor necesidad del mismo
la calidad y extensión es simplemente deprimente en contraste con los
localizados en las áreas más céntricas de la ciudad cuentan con lugares majestuosos.
Ya sea México, Estados Unidos, Francia, Colombia, Haití, países muy diferentes
cultural, lingüística y económicamente hablando la realidad es que los guetos (En la estructura urbana
actual, se ha procedido a aplicar el término a los barrios dispersos separados
del resto de la ciudad y poblados por cualquier concentración poblacional de
origen étnico, cultural o religioso, que viven allí especialmente debido a la
presión social, económica o jurídica: por ejemplo, un barrio de afroamericanos
en Nueva York, un barrio de mexicanos en Los Ángeles, un barrio periférico de
mayoría musulmana en París, un barrio de rumanos en Castellón o un barrio de
mayoría sudamericana en Barcelona; también se hace alusión a los barrios
periféricos marginales.)[1] y
demás barrios que pertenecen a las periferias cuentan con estructuras urbanas
decadentes, poco potables y que en vez de servir como válvulas de alivio, les
recuerdan a sus moradores el estado deplorable de su situación social y marca aún
más la brecha social, es irónico que son los sectores sociales más necesitados
y pobres que hacen mayor uso de las áreas públicas los que menos calidad
reciben, sin embargo al movernos por las zonas de mayor plusvalía observamos no
solo espacios públicos grandes y emblemáticos como los Champs Elysees en Paris y
central park en New York, donde son conocidos no solo por su belleza sino también
por su pulcritud.
Como arquitectos y urbanistas debemos ayudar
a la democratización de los espacios urbanos y públicos no solo con
planteamiento teóricos, a su vez es ayudar a las áreas marginadas a mejorar su
imagen y hacer conciencia en sus moradores para el mantenimiento de las mismas,
ya que estas han de representar la victoria del siglo XXI para las masas pobres
y menos favorecidas de los países industrializados y aquellos en vías de
desarrollo.
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